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LOS PUENTES FAMILIARES

LOS PUENTES FAMILIARES



    “Mendoza del 900. La Ciudad desaparecida” escrito por Raúl Aguirre Molina, nos trae el recuerdo a nuestra memoria de una tradicional costumbre mendocina “los puentes familiares”, dejándonos cierta nostalgia por aquellos viejos tiempos...

    Nada más característico, curioso y bello, que los puentes familiares. Únicos quizá en el mundo, se sucedían en formas variadas a lo largo de la calle San Martín y alternadamente en otras calles de la ciudad.

    Los puentes familiares estaban construidos en madera, sobre las acequias que bordeaban las veredas, unían a ésta con la calle. Los había con asientos fijos y permanentes, en forma de bancos y de escaños, pintados de diversos colores. En las tardes se completaba el moblaje con sillones de mimbre, hamacas y sillas.

    En primavera y verano, a la entrada del sol, damas ataviadas y caballeros de cuello duro, pulcramente vestidos, abandonaban la casa y se instalaban sobre los puentes para disfrutar del fresco de la tarde. Llegaban las visitas y se iniciaba el coloquio. Las criadas aparecían entonces con bandejas portando panales, horchata, granadina y helados de canela.

    Al mismo tiempo, las mozas y jóvenes, iban y venían por las veredas, deteniéndose en los puentes amigos, y continuaban su candoroso paseo, entre risas y comentarios, alegres y felices. A la hora de comer se interrumpía la tertulia, hasta después del café, en que se iniciaba nuevamente.
   
    Algunas patronas, las más condescendientes, permitían a sus criadas, participar del fresco de la noche, autorizándolas a sentarse, calladas las bocas, en los umbrales de las puertas de calle.

    En el invierno los hombres,  nunca las mujeres, tomaban el sol, sentados en los escaños fijos. Había también puentes de viudos y solteros, de concurrencia exclusivamente masculina; en los puentes de los clubes, se instalaban cómodos sillones de paja y mesitas para servicio de bar.

    Los hubo con historias: alguno incendiado, otros arrastrados por las crecientes, cuyas aguas corrían impetuosas por sobre las veredas y los clásicos eran los puentes de la calle San Martín.

    En el importante puente que construyó el general Rufino Ortega, en su casona de la calle San Martín y Paraná (actualmente Garibaldi) se produjo un atentado político muy comentado entonces. El general Ortega en compañía con su familia y amigos disfrutaban el puente, después de comer, en una noche clara y calurosa. Se vio avanzar un jinete, por la calle San Martín hacia el sur, al trote de su caballo y pegado a la acequia. Al llegar al puente sacó su revólver y disparó contra el general. Su señora, doña Elvira Ozamis de Ortega, que estaba sentada de frente a la calle, alcanzó a ver el movimiento sospechoso del asesino y prestamente se abalanzó sobre el jinete, logrando así desviar su puntería. El atacante logró huir a la carrera por la calle Paraná.