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A través de los Andes… Relatos de viajeros ingleses para cruzar la cordillera durante el invierno

Los relatos de viajeros extranjeros aportan observaciones a través de sus descripciones testimoniales, ricos detalles y particularidades. En sus páginas se evidencian la vida de un pueblo, sus costumbres, su gente, sus tradiciones, sus personajes, la riqueza de su suelo, sus minerales y hasta los accidentes climáticos y  geográficos.  Son evocaciones, recuerdos y memorias donde el acento personal, emotivo y temperamental se integra como parte del relato.

Los viajeros del siglo XIX fueron en su mayoría de nacionalidad anglosajona. Sin duda la independencia de los países de América del Sur y la atracción económica por la explotación minera fueron los motivos que orientaron muchas expediciones, pero el interés económico no fue el único, también llegaron viajeros con propósitos científicos, artísticos, religiosos, militares o simplemente aventureros.

Los viajeros  en su recorrido estaban expuestos a vivir distintas circunstancias, en algunas ocasiones podían ser sorprendidos por misterios y maravillas, mientras que en otras, se presentaron penurias y dificultades, que debieron superar y soportar para poder concretar su objetivo previsto.

Los viajeros se preparaban antes de realizar el largo camino hacia el cruce de la cordillera de los Andes, teniendo que pasar por senderos desconocidos, para lo cual necesitaban  de la experiencia de los arrieros, que eran quienes acompañaban y guiaban al viajero en su recorrido, pero también lo asesoraban y le transmitían sus conocimientos y experiencias del viaje. Estos mismos arrieros eran quiénes también proporcionaban una buena cantidad de mulas con sus monturas apropiadas, animales imprescindibles para cruzar la montaña.  Las provisiones de alimentos y bebidas para el viaje también tenían un alto significado, pues tenían que alcanzar para todo el viaje y poder abastecerlos en caso de quedar bloqueados en  el medio de la cordillera, al ser sorprendidos por alguna tormenta de nieve y viento blanco. 



Alexander Caldcleugh

“Viajes por América del Sur. Río de la Plata, 1821”


Salida desde Santiago de Chile rumbo a los Andes. Llegada a la cumbre. Vista panorámica desde las alturas.
Refugiados en la casucha de Las Cuevas

   


Poco después llegamos hasta la cumbre que estaba a un cuarto de milla de distancia. La altura de este lugar es de unos 12.585 pies ingleses . En la parte más alta, personas piadosas han erigido una cruz. El panorama en todas direcciones era magnífico, e indescriptible el aspecto de los valles profundos cubiertos de nieve. El descenso desde la cumbre pudimos hacerlo más ligero y por terreno mucho menos empinado, casi llano. Pasamos una casucha llamada las Cuevas, a 11.065 pies sobre el nivel del mar. El guía, con la mejor intención, hizo que algunos de la partida montasen en las mulas con el propósito de encontrar pasto lo más pronto posible, aunque estaban destinadas aquéllas a pasar otro día de hambre. Con este objeto nos apresuramos todo lo posible. Ya en la oscuridad de la noche, el baquiano – a quien yo seguía muy de cerca – perdió el camino y anduvimos algunos ratos envueltos por la nieve. Al cabo de un tiempo llegamos a la casucha del Paramillo donde pasamos la noche. El termómetro marcó 26°  por la mañana dentro de la casucha, no obstante el calor de tantos cuerpos y del fuego encendido la noche anterior.

Prosiguen el viaje siguiendo la dirección del río Las Cuevas.
Llegan a Puente del Inca: descripción de su formación natural.
Casuchas de Puquíos y de Punta de las  Vacas
   



3 de junio. – Muy temprano observamos el tiempo y vimos que estaba despejado. El baquiano hundió su bastón en la nieve y advirtió que el agujero formado tenía una coloración azul, de donde infirió que no había peligro de tormenta. Se hizo fuego fuera de la casucha y mientras ardían las ramas por una punta, las mulas comían el extremo opuesto. La nieve estaba muy espesa y el cielo de un azul intenso como en los días anteriores. El camino seguía el río Las Cuevas, pequeña corriente que nace cerca de la cumbre. Llegamos después al Puente del Inca, formación natural de materia calcárea con largas estalactitas que cuelgan bajo el arco. Este arco se levanta escasamente a veinte pies. Me habían hablado de este puente y yo lo imaginaba tendido sobre un enorme torrente, entre dos montañas que sin él era imposible atravesar. Sufrí una gran decepción porque es mucho más pequeño que todo esto y se encuentra más bien a un lado del camino que puede pasarse sin atravesar el puente. El descenso desde allí es muy suave. Luego de pasar algunas casuchas – entre ellas Los Puquíos a 9.418 pies ingleses – llegamos a un sitio denominado Punta de Las Vacas. Vivaqueamos en este lugar, con mucho frío, a despecho de dos grandes fogatas que mantuvimos toda la noche. El termómetro bajó a 22 grados. Las mulas quedaron sueltas y al día siguiente se mostraron más repuestas.



Formación del cauce del río Mendoza.
Vista del Cerro Tupungato .
Continúan el viaje siguiendo el cauce del río Mendoza. Atraviesan laderas peligrosas.
Habilidad de las mulas para transitar por la cordillera.
   




4 de junio. – En Punta de las Vacas el río Tupungato se une al de Las Cuevas para formar el río Mendoza. La montaña del Tupungato aparecía sobre nuestras cabezas. A poco de dejar este sitio la nieve desapareció completamente y me saqué la seda que llevaba sobre los ojos con lo que experimenté un gran alivio y puede ver mejor todos los contornos. Durante todo el día marchamos por la orilla del río Mendoza, trepando a ratos las laderas de las montañas que el río circunda. Estas laderas se consideran como la parte más peligrosa del camino; apenas si dan paso a una mula cargada y muchas mulas caen hasta el torrente que se precipita por el fondo del barranco. A veces, grandes masas de roca se desprenden desde la altura y aplastan a los desgraciados viajeros. Me señalaron dos enormes rocas de granito  que cubrían los restos de dos mendocinos y vi muchas cruces colocadas en memoria de accidentes y parecidos.  En estos sitios se pone a prueba la buena condición de las mulas. Llegando a la entrada de las laderas, la primera mula de la tropa (que llaman el baquiano) se adelanta para ver si alguna tropa se aproxima en dirección contraria y si es así, vuelve atrás y hace retroceder a sus mulas para dar paso. Cuando en la altura se produce el menor ruido causado por la caída de guijarros, toda la tropa se apresura súbitamente para evitar el peligro.

Llegan al Paramillo y a la posta de Villavicencio.
Guanacos en el camino: descripción de sus costumbres y hábitos.

   


5 de junio. – Partimos temprano y no tardamos mucho en llegar al Paramillo o entrada. El viento soplaba con fuerza, frío y cortante. Poca vegetación. Observé alguna piedra caliza, grisácea, en estratos horizontales y atravesamos algunos valles donde crecía el pasto fuerte. Al cabo llegamos a la entrada oriental de la cordillera. El valle se estrecha y mide treinta pies de anchura mientras las rocas se elevan por lo menos a doscientos. El aspecto de este portillo es imponente y el viento pasa por él con gran ímpetu. Por la noche llegamos a Villavicencio. En este día de viaje vimos gran número de guanacos que se acercaban a nosotros en grupos de cinco a seis y después escapaban al galope. Yo conocía estos animales por haber visto alguno en Buenos Aires y en Chile, guardados en cautividad, como una rareza. Para apresar los guanacos, los cazadores despliegan en línea llevando tendidos largos cordeles provistos de plumas, cencerros y trozos de vidrio. Así avanzan arreándolos hasta un sitio cercado. Estos animales abandonan las montañas cuando empiezan a caer las primeras nevadas y se refugian en las quebradas y valles donde el invierno es menos riguroso. El guanaco, cuando está enojado, arroja una saliva que irrita la piel humana. En Buenos Aires supe de algunas personas obligadas a deshacerse de estos animales porque atacaban siempre a las mujeres de la casa. La lana, aunque inferior a la de vicuña y a la de llama, es muy estimada. El guanaco no se utiliza como bestia de carga. Sopló viento muy frío, que venía con fuerza desde la cordillera, toda la noche.

 Descenso hacia la ciudad de  Mendoza.
Características del suelo.
   


6 de junio. – Montamos en las mulas antes de amanecer y empezamos a bajar hacia Mendoza. El viento era tan fuerte que los animales podían apenas tenerse en pie. Varios de los peones perdieron sus sombreros; pero como hacíamos el descenso con mucha rapidez, el viento amainó y dejó de molestarnos. Alcanzamos por fin un llano y salimos de entre las montañas. Al principio hicimos el camino sobre cantos rodados pero la última parte de la jornada fue por un terreno de arcilla amarillenta del que se levantaba un polvo muy molesto. Las matas de jarilla y una planta semejante al espliego, aparecieron otra vez. Luego de trasponer unas colinas divisamos las torres de Mendoza y entramos en la ciudad a eso de las doce.
   
Duración del viaje por la cordillera de los Andes.


Había cumplido de este modo mi viaje por la cordillera en el término de nueve días, cosa que se da muy rara vez en esta época del año. No me costó soportar ninguna tormenta de nieve y, fuera del cansancio – que pasó pronto -  no tuve motivos para quejarme. Lamenté, sí, la pérdida de la mula y no puede saber si el hombre apunado que hice volver en el viaje había recobrado la salud.
   

Carlos Brand

“Diario de un viaje al Perú. Travesía de la cordillera de los Andes, ejecutada a pie sobre la nieve en el invierno de 1827 y de un viaje a través de las Pampas”


Preparativos para cruzar la cordillera de los Andes.
Abastecimiento de mulas, alimentos y bebidas para el viaje.




Ocupamos el tiempo para los preparativos del cruce de la cordillera de Los Andes. Dejamos en manos del arriero el suministro de mulas y los peones necesarios, cuidando nosotros de abastecernos de suficientes provisiones, haciendo hornear nuestro pan para que durará suficiente tiempo en caso de vernos atrapados por algún temporal. Al atardecer del día 13 estuvimos listos para emprender viaje, pero nos aconsejó el Dr. Gillies, enviar con anticipación todo nuestro equipaje a una casa a dos leguas de la ciudad, donde generalmente los viajeros pasan la noche anterior de internarse en la región montañosa. Resolvimos evitar esto saliendo temprano por la mañana siguiente y alcanzar al equipaje en el camino.

Salida de Mendoza rumbo a la cordillera de los Andes.
Descripción del camino y cruce de ríos secos.



AGOSTO 14. Una vez en poder nuestro todo lo que creíamos necesario para internarnos en estas escarpadas regiones, partimos de Mendoza como a las ocho de la mañana, continuando viaje de inmediato hacia la región montañosa, con una procesión compuesta de veinte y cinco mulas y con solo seis hombres, los demás los encontraríamos en el trayecto y otros en Chile. La primera parte del camino consistía de un terreno árido pedregoso y cubierto de arbustos. Cruzamos una cantidad de ríos secos, que en ciertas épocas se deben transformar en ríos torrenciales, al bajar las crecientes de la montaña durante el deshielo luego de recorrer unas diez leguas de semejante camino, entramos en una quebrada ascendiente, observando rastros de nieves caídas en las recientes nevadas.

Dificultades con la nieve en la cordillera.
Peligros para cruzar laderas peligrosas y resbaladizas.
 


AGOSTO 15. Nos encontrábamos ahora sobre la primera cadena de montañas que se observan desde Mendoza y la nieve tendida en nuestro trayecto era de buen espesor, dura y resbaladiza, al pasar por un pedazo donde estaba muy acumulada, dos de las mulas tropezaron y se cayeron, obligando a los peones a apearse para ayudarlas a levantarse, una vez aliviada de las cargas. Montando yo una mula bastante mala, me vi obligado, contrario a mis inclinaciones, a espolear al pobre animal hasta hacerlo sangrar, caso contrario no hubiera conseguido hacerlo pasar (debo observar que de haberme apeado, el animal no se habría movido). Encontramos los restos de varios de estos laboriosos animales, tendido por el camino, en el mismo sitio donde habían antes caído durante el viaje. Llamando mucha la atención el estado de perfecta conservación en que se encontraban; sin dudas, por efectos de la atmósfera rarificada, al examinarlos, la piel parecía tan calcinada, pero adherida a los huesos, convertido simplemente en un esqueleto cubierto de piel, siendo tan livianos que con toda facilidad pudo hacerle levantado en mis brazos.

Descripción de las laderas de la cordillera. Siguen el cauce del río Mendoza como guía del camino. Problemas para cruzar las  laderas peligrosas con las mulas y el equipaje.



El camino circula al costado del río Mendoza, en un valle está formado por grandes montañas de ambos lados que tienen una altura de mil quinientos a dos mil pies.  En determinados sitios llegan hasta el río con declive tan pronunciado que no permiten paso alguno en sus bases, por lo que se hace necesario cavar en sus laderas a distintas alturas de tal vez doscientos a cuatrocientos pies arriba del caudal de agua, y que debido a la continua precipitación de masas de rocas y ripio desde las alturas forma una bahía en el camino, ello explica de porqué perdí de vista a mis guías; son llamadas laderas o cortes en las montañas.  Aquí se hizo alto forzoso, los peones trabajando en abrir nueva senda, y en virtud de que las materias se componían de piedras sueltas y tierras, no ocuparon tanto tiempo como yo esperaba. Arriba se veían masas de granito de las que se desprendían pequeños pedazos cayendo continuamente, a causa de los vientos sobre las partes afectadas por el desmoronamiento. Iniciamos el cruce una vez que el paso estaba en condiciones de aventurarse, si es que puedo usar este término. De mirar hacia abajo o arriba, era arriesgado y como para marear a la cabeza mejor puesta; encontramos nuestras miradas en los pies, y a cada paso rodaban piedras sueltas que iban saltando y salpicando en el torrente debajo. No habiendo transitado pasajeros desde la última nevada, todos los inconvenientes y dificultades estaban en manos nuestras, y en esta época del año otras eran de esperarse, aunque creo que transcurriendo por el camino obligado no debe temerse. Nuestras mulas fueron desensilladas y las cargas transportada a hombro por los peones. Causaba asombro verlos apegarse contra el costado de la montaña casi gateando. Nos ocupó mucho tiempo hacer pasar a las mulas, pero al final todo fue bien, cargando nuevamente y siguiendo viaje.

Paso Ladera de las Vacas. Ascenso abrupto y peligroso de las montañas.
Problemas con las mulas.

A unas siete leguas de donde emprendimos viaje por la mañana alcanzamos el cuarto paso, Ladera de las Vacas. Esta si que era terrible y era evidente que nuestras dificultades e inconvenientes recién se iniciaban por que no quedaban vestigio ninguno de la senda, la montaña estaba completamente lisa sobre una distancia de mil doscientos pies  hasta llegar al río y la mitad cubierta de nieve. Nos detuvimos un largo rato aquí abriendo huella, y obligados a descargar las mulas, dando comienzo nuestros desesperados trabajos; era el caso de atravesar agachados, sobre las rodillas y las manos, resbalando un corto espacio de cuando en cuando, y sujetándonos con nuestros palos. Siguieron las mulas, todas sin carga, con excepción de una con equipo liviano; los peones se colocaron distanciados en puntos estratégicos sobre la ladera de nieve con sus lazos en las manos, en prevención de lo que iría a ocurrir, mientras que otros cruzaban las mulas con gritos, silbidos y latigazos, consiguiendo que marcharan, los pobres animales comenzaron a tropezar, resbalarse y caerse, aunque sin perder unos treinta o cuarenta pies, los peones siempre gritando y vociferando revoloteaban sus lazos; cuando de repente una mula pierde el equilibrio y empieza a rodar dando tumbos por un trecho de doscientos pies, hasta caer en el caudal de agua debajo, siendo revoleada y arrojada contra las rocas por la velocidad de la correntada; pero estupefactos las vimos aparecer del otro lado del arroyo en apariencias sin mucho daño, aunque inutilizada para el servicio; acto seguido la mula que llevaba la carga liviana perdió pisada empezando a rodar, al tiempo que se tiraban todos los lazos en su dirección, logrando enlazarla al acercarse al río, salvándola, pero con la pérdida del vino, algo de carne, pan y una olla.
Cruce del río de las Vacas. Ascenso hasta llegar a  Punta de las Vacas. Descanso.



Seguimos adelante cruzando el río de las Vacas, que se une con el Mendoza y éste que finaliza más allá entre las cadenas de las montañas que atravesamos a nuestra salida de Uspallata. Poco después nos encontramos con una escabrosa subida llegando a Punta de las Vacas; en donde a causa de la profundidad de la nieve, las mulas no podían seguir viaje; en realidad,  de no haber resultado así, estoy seguro que la mitad de ellas no hubieran servido; por que el esfuerzo de cuatro días sin alimentarse debidamente las tenía aniquiladas. Las mulas estaban tan rendidas que apenas alcanzaba a poner una pata delante de la otra en las últimas dos millas, trayecto que tuve que hacer a pie, por lo que resolvimos abandonarlas y continuar a pie. Permanecimos aquí la noche, en un valle rodeado de montañas nevadas con parte de la gigantesca cordillera a nuestras espaldas; igual que a una enorme isla de nieve, con las alturas envueltas en nubes. Aumentó el viento, comenzando las nubes a encimarse espesas sobre las grandes montañas que nos circundaban, para convertirse en una tormenta de nieve con leve escarchilla, que crujía y silbaba entre las ranuras y apertura de las rocosidades sobre nosotros, produciendo un ruido como de truenos, al tiempo que amenazaba arrastrarnos por delante con nuestras camas, equipo y todo. Quedó establecido que el equipaje y las provisiones serían llevados por los peones, y era interesante observar la exactitud con que repartían el volumen y peso, esparciendo chistes de buen humor al verse convertidos en mulas cargueras para el día siguiente. Era un verdadero placer observar lo bien que congeniaban unos con otros, no obstante las duras circunstancias, cometiéndose alegremente a la faena que se les consignaba. El arriero repartió dos días de provisiones que consistían de dos pequeños pedazos de charque o carne secada al sol (que más bien se asemeja a cuero duro que alimento animal), dos galletas y eran estas todas sus raciones. Una vez todo arreglado, nos acostamos a descansar, pero no pudimos dormir debido a que soplaba un fuerte viento helado. Estaba a la expectativa de  a cualquier momento desapareciera la cama debajo mío y causaba tanto ruido durante toda la noche, que con ansias esperaba el amanecer para alejarnos de nuestra incomoda vivienda.

Tormenta de nieve y viento blanco. Continúan el viaje de ascenso hacia la cumbre.

AGOSTO 19. Mañana de mucho frío, termómetro en el punto de helamiento, continuaba soplando viento fuerte. Nos cercaban las áridas regiones nevadas. Colocamos nuestras botas para la nieve, cada uno tomó su carga y enderezamos hacia donde únicamente los seres humanos se atreven aventurarse. Pronto llegamos a una pendiente desesperante en una ladera de la montaña con nieve congelada. Se inicia la labor del hombre. Con dificultad podía establecerse la seguridad de la pisada, los peones con sus cargas resbalaban a cierta distancia, faltándoles poco para caer dentro del río. Uno fue rodando una buena distancia, pero con la ayuda de su palo, pudo contenerse antes de caer al cause, aunque sufrió el dislocamiento del tobillo a tal grado, que no consiguió levantarse, para continuar la marcha, con que de un principio perdimos sus servicios abrumándonos con su carga más de lo necesario. Obligadamente el hombre tuvo que arrastrarse de regresar al lugar de las mulas, desde que no pudimos ayudarlo. Por delante todo era nieve y era lastimoso evidenciar el esfuerzo y continuo caer de los peones, que a cada paso se enterraban hasta las rodillas.

Llegan a la casucha de Puquíos para pasar la noche.
Fuerte tormenta de nieve.



Después de una lucha de cinco leguas por la nieve, llegamos a la casucha de Pujios, sin haber pisado un grano de tierra ni una sola vez. Comenzó a caer la nieve más tupida. La casucha estaba casi enterrada en la nieve, la rodeaba una verdadera pared de hielo de cerca de seis pies de altura.

AGOSTO 30.  Al amanecer desperté a los peones, los que se levantaron muy alegres como si esperarán una incursión de placer. Terminó para convertirse en una mañana espléndida, aunque sumamente fría, el termómetro a doce grados bajo el punto de helamiento.
Arriban a Puente del Inca. Descripción de las aguas termales del lugar.
Continúan el camino de ascenso hacia la cumbre.




Debido a la nevada durante la noche, todo rastro del camino había desaparecido, y en muchas partes tuvimos que sondear para encontrarle, tanteando si era duro o blando y evitar los posos cubiertos en la superficie. A una milla de la casucha llegamos  a Puente del Inca, célebres por sus fuentes termales, que consisten de una curiosa producción natural, pero el río estaba cubierto de nieve y apenas pude ver las burbujas del manantial de agua caliente, la parte debajo del puente se encontraba compacta de nieve y colgaban infinidad de estalactitas. A medida que avanzaba el día, aumentaba también el viento y a causa de la elevada rarificación de la atmósfera el frío era agudo y penetrante, lo suficiente (usando una expresión vulgar) para cortarle la nariz a un hombre. La poderosa verberación del sol en la nieve, causaba mucho dolor y lagrimas en los ojos. Al llegar a una cuesta pronunciada como de un ángulo de 45º, se encontraba la nieve tan dura y resbalosa que era peligroso el intentar escalarla, por lo que los peones trabajaron durante una hora cavando y cortando peldaño hasta arriba, en forma angular. Uno de los peones al descender, se resbaló, rodando hasta el fondo, por suerte no llevaba la carga sobre sus hombros, yendo a parar cerca de unas piedras que asomaban en la nieve. Encontré que el viento producía siempre mucho dolor a la vista, aliviándome en parte con mirar el precioso cielo azul, cuando se presentaba la oportunidad, si bien esta tregua me costo varios vuelcos en la nieve.
Casucha del Paramillo.
Efectos del frío y muerte de peones helados




A las 3 pm  llegamos a la casucha del Paramillo, como a unas cincuenta leguas de los Pujios. Nuestros peones con sus cargas llegaron como a las seis, aunque no todos; al ir llegando los últimos dos, encontraron a uno de los más jóvenes tirado en la nieve a punto de dormirse. La fatiga y sueño lo dominaron por lo que se acostó; de haber quedado así un cuarto de hora más, se hubiera convertido en un cadáver, puesto que el termómetro marcaba 13º  bajo el punto de helamiento, es de esta manera como sucumben muchas de estas pobres gentes en Los Andes, durante los temporales de nieve. Al sentirse cansados pronto se desalientan, les sobreviene un escalofrío; sigue un atontamiento y luego una modorra, que son los síntomas evidentes de la muerte, en estas regiones heladas. Este joven hubiera perecido al no venir detrás de él, los dos hombres que llevaban las tres cargas; que nos comprueba la sabiduría de la providencia, que da la coincidencia que por el dislocamiento del pie de uno de los peones en la primera etapa, dos de ellos por exceso de carga tuvieron que quedar a la retaguardia, lo que permite el encuentro del joven, con tanta facilidad les oprime el reinado del terror, que muchos han sido hallado en actitud durmiente, con la cabeza reclinada sobre el brazo. Existen registrados muchos casos, de muerte por efecto del frío precedida por soñolencia. La gran propensión al sueño detrás de la ansiedad y flojera que se experimenta en el principio, ha sido observada por varios escritores como un precursor de eminente peligro lo que por cierto es un síntoma que ocurre muy a menudo.
Recomendaciones y consejos para los viajeros en caso de producirse principio de congelamiento en alguna parte del cuerpo.

 


Al explicar el tratamiento de alguna persona en estado de entumecimiento, o muerte aparente por efectos de frío, los médicos franceses Callisen y Richter adhieren al principio fundamental, de que la caloría debe suministrarse al cuerpo en forma gradual. Recomiendan prolongadas fricciones con nieve o con trapos mojados en agua muy fría; lo que debe procederse a ejecutar en una habitación bien fría, aconseja el medido no cesar en sus esfuerzos muy prontamente, dado que se han producido ciertos casos, en que después de estar el paciente sin señales de vida por espacio de algunos días han podido sin embargo ser arrancados de manos de la muerte. Al recobrar los sentidos, movimientos y calor, las aplicaciones externas con aromáticas virtuosas es conveniente. La temperatura del local en donde se encuentra el cuerpo se aumenta al tiempo que se le suministra reconfortante.  Tal vez resulte mas conveniente echar vino akinete dentro de los intestinos mayores e inyectarle por medio de una sonda por el esófago. Al aumentar las señales de animación, se recomienda quitar el cuerpo del agua, frotarlo con coñac diluido y transportarlo a un sitio mas abrigado, se le suministra entonces una bebida sudorífica y en seguida que el paciente ha sido secado, se le coloca en la cama, permaneciendo allí hasta sudar.
Tratamiento del frío por los peones

 

Los peones de las cordilleras adoptan un sistema distinto, que nunca he visto usar anteriormente, y que es, el de simplemente aplicar la mano (que puede suponerse esta bien fría en estas regiones) a la parte afectada manteniéndola allí sin frotamiento, hasta que se regulariza la circulación. Este modo tan sencillo, estoy por creer es muy bueno, por cuanto la caloría de la mano penetra gradualmente a la parte afectada hasta que ambas obtienen  igual temperatura. Antes de que el viajero penetre en las regiones montañosas, donde los vientos fríos son tan penetrantes y perjudiciales a la constitución, le conviene usar un juego completo de ropa de franela sobre el cuerpo, cubriendo los brazos hasta la muñeca y las piernas hasta los tobillos: algunos médicos recomiendan cuero blando bajo la ropa de franela, pero por mi parte, lo prefiero encima habiendo probado ambas, y encuentro que esto es mucho mas abrigado.

Ascenso hasta la cumbre de los Andes.
Temporal de nieve y viento blanco.
 


AGOSTO 21.  Desperté a los peones antes de asomarse la luz del día, con la esperanza de poder llegar con cargas hasta las cumbres o cúspide de la cordillera durante el día en vista de que perdimos mucho tiempo en secar y colocarnos las botas de nieve, eran las ocho antes de que partimos, soplaba mucho viento con el termómetro a 14 bajo del punto de helamiento. Enseguida empezamos el ascenso pronunciado con la nieve dura y resbaladiza, y por consiguiente peligrosa. Al llegar a la cima de esta subida, otra montaña estupenda se presenta delante nuestro completamente cubierta de nieve. El temporal continuaba soplando con fuerza y la nieve caía abundante. El viento alzaba tanta cantidad de nieve que se hacia imposible encararla. Aquel coraje de los peones empezó a flaquearles, y era evidente que se aproximaba un gran temporal de nieve por lo que ansiosamente deseábamos llegar hasta la próxima casucha ubicada al pie de la cumbre, para desde allí hacer el cruce a la primera oportunidad, por que una ves del otro lado, el descenso es muy rápido no habiendo temor de ser atrapado en una tormenta es decir, es mucho mas fácil sacarse de ella, como esta casucha distaba una legua y media era necesario esforzarnos en alcanzarla, sobre todo como estábamos con cambio de luna y por consiguiente una probable variación del tiempo.

Dado que mi compañero entendía el idioma mejor que yo,  hizo todo lo posible por alentarlos a que continuaran haciéndoles presente nuestra escasez de alimentos y de lo fácil que seria cruzar una vez llegado al pie de la cumbre dimos el ejemplo avanzando nosotros, pero fue inútil, se acurrucaron al abrigo de algunas piedras y no querían moverse. Siguió en aumento el temporal, cayendo la nieve en forma de nubes lo suficientes para enceguecernos, de modo que al final tuvimos que dejar todo nuestro equipaje a merced de la tormenta y retirarnos precipitadamente a la casucha.
Refugio en una casucha de la cordillera por el temporal de nieve y viento blanco.
Descripción de las casuchas de la cordillera.




Estas chozas resultan un agradable sitio de descanso, para el viajero ahuyentado por el temporal en esta lúgubre región de Los Andes, existen ocho de ellas distribuidas en las partes mas altas de la cordillera; son construidas de ladrillos a una altura de pies del suelo y como de unos catorce por doce pies de su interior en cierta ocasión tenían partes pero la necesidad esa gran madre de la incursión; instigo a algunos viajeros en estado calamitoso a quemarle para suplir ese articulo tan necesario:  combustible, el que ni tan siquiera alcanza a verse durante el invierno en la cordillera. Aun los travesaños se habían quemado, resultando imposible resguardarse del intenso frío. Agregado a esto  existían nueve agujeros para admitir la luz, los que ciertos viajeros optaron por taparlos con mucho cuidado (ya que la falta de puerta admitía suficiente) por medio de trapos viejos, ladrillos, piedras, etc. Y para probar que aun estos eran difíciles de obtener, sacaron los ladrillos de entre la pared, y los de afuera que antes formaban una escalinata pero que actualmente se encontraba tan destruida, que dificultaba entrar al interior, por lo que dentro de pocos años, si no se reparan estos refugios se vendrán abajo.

Mientras permanecíamos sentados tiritando de frío en la casucha, las montañas al estar tan cerca de nosotros aparentaban una pared de nieve, uniéndose sus alturas como en una sola mole, con nubes de nieve todo alrededor. En vano buscaba un sitio oscuro desde sus bases a sus cimas, para descansar mi dolorida vista; era todo un mundo de nieve; un verdadero cuadro de desolación, únicamente la dilapidada casucha se erguía solitaria. El viento soplaba y silbaba a través de las aberturas, sacudiendo sus cimientos y crujiendo y aullando arriba en las montañas, ocasionando continuos rodados de nieve, que bajaban con gran estrépito, amenazando destruir todo lo que encontrase en su camino.

Termina el temporal y reinician el ascenso hacia la cumbre.
Cruce del río Horcones.

 

AGOSTO 22. Por complacencia de Dios fue abatida la tormenta, resultando una mañana agradable con el termómetro a 30º  aunque algo de viento. Salimos temprano iniciando el ascenso de la montaña delante de nosotros; todo rastro del camino había desaparecido, encontrando nuestro equipo enterrado en la nieve después de escalar la cuesta efectuamos un leve descenso  para enseguida cruzar el río Horcones sobre un puente natural de hielo cubierto de nieve, cuyo espesor en parte media diez pies. A las dos horas de andar fatigoso, llegamos a la casucha ubicada al pie de la cumbre, donde hicimos un alto para alimentarnos y prepararnos para la difícil prueba.

Llegada al pie de la cumbre

El espectáculo de la cumbre era grandioso, temible y magnifico; se internaba en las nubes, estaba a una altura de por lo menos dos mil pies, sin verse cosa alguna sobresalir de entre ese extenso conglomerado de nieve. Todo alisado como vidrio; y al alumbrar los rayos del sol sobre esa masa blancuzca de una pureza virginal, le daba un aspecto deslumbrante como de una enorme montaña de alabastro, y la pequeña casucha rodeada de grandes paredones de nieve, y de las colosales montañas.
Llegada a la cumbre y vista panorámica de la cordillera de los Andes.
Efectos del apunamiento por la altura.




Ocupamos cuatro horas y media en este trajín desesperante, antes de llegar a la cumbre. Los peones que llegaron primero observaban a los que continuaban escalando, y rebuznaban de alegría, imitando a las mulas. Sobre la cima se encontraba una cruz colocada en memoria de algunos peones que habían perecido durante un temporal de nieve sin haber podido llegar hasta la casucha que solo dista un cuarto de milla. El día era claro y hermoso, salvo viento fuerte, que debido a la atmósfera rarificada, era penetrante y muy frío. El termómetro marcaba 34º. En la cúspide existe una pequeña llanura, y todo a su alrededor picos elevados con nieves eternas, donde el ser humano no ha pisado. Recordando a los amigos en Inglaterra a quienes les había prometido un recuerdo de mi viaje, y sobre todo de la cumbre de Los Andes, coleccioné algunas piedras. Como tanto se había hablado de la puna o dificultad de respirar, tan temida por los pasajeros, presté particular atención a ello, pero solo puedo decir que no sentí  mas inconvenientes que la fatiga propia del ascenso que igual hubiera sentido en otra parte de menos altura. Lo que sentí fue mucha sed, la que aplaque parcialmente masticando nieve mientras escalaba, y extraño ha de parecer, pero es el caso que finalmente era mayor la desesperación por tomar agua, lo que nos tenia a todos afligidos la falta de ella; tardando buen tiempo antes de encontrarla. Si bien yo no he sentido los efectos de la puna, no es criterio asegurar de que otras personas no sufran de ella, desde que se ha constatado que muchos viajeros han sentido sus efectos en forma severa.

Descenso abrupto desde la cumbre de  los Andes hacia Chile.


Como es de imaginarse descendiendo a semejante velocidad, dio lugar a un cambio abrupto de temperatura, de modo que a medida que avanzábamos la nieve se encontraba mas blanda y en consecuencia la marcha mas pesada, en partes la nieve llegaba hasta más arriba de las rodillas. Por fin nos encontramos con nuestros peones de Chile que traían caballos y mulas informándonos que la nieve se extendía hasta La Guardia, que quedaba como a una legua, donde llegamos bien rendidos como a las cuatro pm., dejando detrás la zona nevada.

Solo los que han llegado a conocer semejante odisea, pueden apreciar la sensación de alivio que significa pisar nuevamente tierra firme, descansar la vista, y estarse nuevamente en contacto con la caballada, siendo los únicos animales vivientes que habíamos visto en los últimos días. La falta de suficientes mulares para todos y el equipaje, quedó resuelto que mi compañero y yo ocupáramos los caballos, llevando con nosotros únicamente las camas mojadas, quedando el resto a cargo de dos peones. Pronto vimos algunos arbustos verdes con que mitigar nuestros ojos doloridos y vuelve a aparecer a nuestra vista la naturaleza con aspecto sonriente, infundiéndonos ánimos para proseguir nuestro viaje.

Bibliografía consultada

BRAND, Carlos. Diario de un viaje al Perú. Travesía de la Cordillera de los Andes ejecutada a pie sobre la nieve en el invierno de 1827 y de un viaje a través de las Pampas.  Anuario Junta de Estudios Históricos de Mendoza. 1940.

BRAND, Carlos. Diario de un viaje al Perú. Travesía de la Cordillera de los Andes ejecutada a pie sobre la nieve en el invierno de 1827 y de un viaje a través de las Pampas. Inédito.

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